Amores que casi Matan

El Hilo Fantasma

Paul Thomas Anderson es probablemente uno de los directores más personales del Hollywood actual, pues desde sus primeros éxitos Boogie Nights (1997) o Magnolia (1999), ya se podía apreciar una visión muy personal, y que además podía ser cualquier cosa menos complaciente o fácil de ver.
En los últimos años sus películas se han encargado de descubrir personajes extremos casi delirantes, especialmente en There will be Blood (2005) en la que retrató a un explorador de petróleo sin escrúpulos, o en The Master (2012) en la que retrata al peculiar fundador de una religión, ambas también nominadas al Oscar aunque sin llevarse ningún premio.
Ahora en El Hilo Fantasma, continúa con esa tendencia retratando a Reynolds Woodcock, un modisto ficticio, pero en el que algunos críticos identifican a toda una generación de sastres londinenses que destacaron en los años 50, entre ellos a Hardy Amies, el modisto oficial de la reina de Inglaterra Isabel II hasta el año 2002.
Anderson se vale del arte y oficio del gran Daniel Day Lewis (en el rol que aparentemente es su despedida del cine), para presentarnos en los pocos minutos iniciales las características y complejidades de Reynolds.
Además el cineasta, a través de la grúa, el steady cam y la cámara en mano, nos sumerge de plano en el hogar-taller del costurero, y nuestra visión que tenemos de estos espacios cerrados, es la de un intruso al que a duras penas se le permite atisbar los detalles de esta fortaleza templo, donde se llevan a cabo rituales diarios, de cumplimiento casi sagrado.
Además de Reynolds, la otra sacerdotisa que rige estos lugares es Cyrril, la flemática y estricta hermana del coutourier, además de ser su administradora y mano derecha, es también la que se encarga de despedir a las modelos-amantes, de Reynolds, cuando este se aburre de ellas.
Esto es más o menos el día-día, hasta que Reynolds conoce a Alma, una mesera a quien conoce en un hotel de carretera al que ha acudido para despejarse, y el mutuo flechazo entre ambos, ha sido casi instantáneo. Alma se enamora no solo de Woodcock sino también de su mundo, y demostrará que no es otra de esas musas desechables que entraban y salían de la vida del modisto.
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La llegada de Alma al mundo de los Woodcock es filmada por Anderson con un refinamiento y maestría, pocas veces visto en el cine contemporáneo.Particularmente la escena en la que Reynolds le pide a Alma que sirva de modelo para hacer un nuevo vestido, donde iluminación en clave baja, el ritmo, la escenografía, la alternación entre planos enteros y planos detalle, y la interacción entre ambos personajes, crea una atmósfera que resulta simplemente fascinante.
Pero ese solo uno de los tantos momentos en los que la película muestra su arte: está también el diálogo entre Reynolds y la princesa de Bélgica, el robo/recuperación de uno los vestidos, la participación de todas las empleadas al momento de culminar estas obras de arte, entre muchos otros, que nos muestran un mundo ya inexistente y al que solo podíamos haber accedido de manera muy indirecta leyendo revistas de nuestras abuelas.
Paul Thomas Anderson ha logrado una obra maestra, uno de sus mejores trabajos como realizador, que debería culminar con su condición de eterno nominado y debería otorgarle de una vez por todas el Oscar.

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